Él es rápido, piensa en imágenes claras;
yo soy lento, pienso en imágenes rotas.

Él se vuelve obtuso, confía en sus imágenes claras;
yo me vuelvo agudo, desconfío de mis imágenes rotas.

Confiando en sus imágenes, él da por hecho su acierto;
desconfiando de mis imágenes, yo dudo de su acierto.

Dando por hecho su acierto, él da por hecho el hecho;
dudando de mi acierto, yo dudo del hecho.

Cuando el hecho le falla, él duda de sus sentidos;
cuando el hecho me falla, yo apruebo mis sentidos.

Él continúa rápido y obtuso en sus imágenes claras;
yo continúo lento y agudo en mis imágenes rotas.

Él en una nueva confusión de su entendimiento;
yo en un nuevo entendimiento de mi confusión.

Robert Graves
En imágenes rotas
de Cien poemas, 1981

domingo, 10 de julio de 2011

A dónde pertenezco

Empecemos por la sangre, la huella tradicionalmente inequívoca de nuestras raíces. Mis cuatro abuelos tienen apellidos italianos, lo mismo que siete de mis ocho bisabuelos, todos llegados en sucesivos barcos atiborrados de inmigrantes a finales del siglo XIX. Por lo tanto, si debo atender a mis orígenes genéticos, no hay dudas que soy italiano. Aunque no se exactamente qué significa eso. La tierra de mis remotos ancestros, que hoy llamamos Italia, tuvo muchos nombres a lo largo del tiempo y durante milenios sus habitantes tuvieron intercambio comercial, político, militar y sin duda genético con tantos pueblos de Eurasia como les fue posible dada la tecnología disponible. Pero bueno, en aras de simplificar, digamos que soy italiano.

Pero yo no hablo italiano. Bueno, algo entiendo, pero a los ponchazos, y cualquier italiano que me escuche se da cuenta al instante que no soy italoparlante. En cambio hablo castellano, con la despreocupada soltura de quien aprendió un idioma desde pequeño. Así que, desde una perspectiva lingüística, debería considerarme español. Sin embargo mi vocabulario está lleno de palabras exóticas para los españoles, e incluso para los habitantes de otros países hispanos como Chile o México. Y mi acento no es, decididamente, el de los reyes de Castilla y Aragón. Tiene una musicalidad inconfundible, un eco de la lengua que se hablaba en mis tierras antes de la llegada de los europeos. Así que, podríamos decir, soy un italiano hablando en español con acento comechingón.

Examinemos el tema de la comida. Por ejemplo, anoche cené kepi (o kepe, o como quieran llamarlo), una comida tradicional árabe que aprendí a cocinar por unos amigos libaneses, y esta mañana desayuné unos mates amargos, infusión de los antiguos habitantes de las selvas paranaenses. Pero cada vez que puedo compro un patay de algarroba blanca, no veo la hora de que llegue enero para atacar los frutos maduros de los piquillines y mburucuyás y odio las heladas invernales que no me dejan tener una planta de mango en mi patio. Está claro que soy un italiano hablando en español con acento comechingón, de costumbres dietarias árabe-guaraní-indico-americanas.

Ahora la religión. Fui criado en el cristianismo, en su versión católica apostólica romana. A través de un largo proceso terminé por abrazar la tradición librepensadora nacida en la Grecia clásica y continuada por los filósofos ingleses de los siglos XVIII y XIX, pero aún me considero cristiano en eso de que cada individuo es sagrado e inviolable, libre y responsable de su propio destino. Por eso no puedo evitar mi fastidio cuando escucho hablar de la mezcolanza de extraterrestres, calendarios mayas y pachamamas que, dicen, gobiernan nuestras vidas, reediciones de un pasado tribal y supersticioso. No hay dudas, soy un italiano hablando en español con acento comechingón, de costumbres dietarias árabe-guaraní-indico-americanas, librepensador de tradición cristiana.

La filosofía y la política ¡Cómo olvidarlas! Después de ver como cada una de las revoluciones del siglo XX traicionó sus promesas y sometió a sus habitantes a una vida miserable, me convencí que las modernas sociedades abiertas de occidente, basadas en el estado de derecho y la economía de mercado, son lo mejor que la humanidad ha logrado inventar -¡hasta ahora!- para vivir más libres, más prósperos y menos expuestos a la violencia y al abuso de poder. También creo que un gobierno con poderes limitados y separados, elegido por los ciudadanos, es el mejor reaseguro de este tipo de sociedad, aunque nunca estaremos a salvo del totalitarismo y la opresión. Es evidente que soy un italiano hablando en español con acento comechingón, de costumbres dietarias árabe-guaraní-indico-americanas, librepensador de tradición cristiana, occidental y partidario de la democracia republicana.

¿Qué decir de la música? Aprendí a tocar la guitarra (no nos olvidemos, un instrumento español de origen árabe) ensayando zambas, chacareras y valsecitos, estilos nacidos en la colosal fragua de la América colonial, que fue capaz de mezclar melodías europeas con ritmos africanos y precolombinos, y viceversa. Después me sedujo el sonido heroico de las guitarras eléctricas y las baterías del rock, otra música de confluencias, y armé mi banda adolescente imitando a los músicos que hoy aparecen en los programas “ochentosos”. Con el tiempo aprendí a disfrutar de toda música que asombre o conmueva mi sentido de la belleza, como que soy un italiano hablando en español con acento comechingón, de costumbres dietarias árabe-guaraní-indico-americanas, librepensador de tradición cristiana, occidental, partidario de la democracia republicana, cultor de zamba, bossa y rock and roll.

También está el paisaje. Ninguna belleza escénica o arquitectónica – que por suerte he visto muchas en mi vida- puede reemplazar el sentimiento de estar-en-mi-lugar que siento en las montañas cordobesas, sus árboles, sus pájaros, sus ríos. Me encanta viajar, pero se a donde quiero volver. Porque soy un Italiano hablando en español con acento comechingón, de costumbres dietarias árabe-guaraní-indico-americanas, librepensador de tradición cristiana, occidental, partidario de la democracia republicana, cultor de zamba, bossa y rock and roll, habitante de las sierras de Córdoba.

Podría seguir. Hay cientos, quizás miles de aspectos de nuestra vida cotidiana que heredamos de tradiciones diversas en el espacio y el tiempo. Somos, por primera vez en la historia de la humanidad, miembros genuinos de una tradición multicultural, universal; aunque a algunos les duela la palabra, global. No tenemos por qué renunciar a ninguno de esos múltiples orígenes, a ninguno de los beneficios que nos confiere el disfrutar de la sabiduría acumulada en casi 100.000 años de historia humana. Pretender que cualquiera de las tradiciones culturales locales de la Tierra puede por si sola hacernos mejores y más felices es, en el mejor de los casos, ingenuo. Las culturas se están reinventando todo el tiempo, se mezclan sin cesar bajo el impulso de las personas reales que todos los días tratamos de obtener lo mejor que el mundo puede ofrecernos para nosotros y nuestras familias.

Es cierto que el encuentro entre personas de pueblos diferentes ha sido a menudo traumático y abusivo. No hay dudas que la historia de la conquista europea de América está llena de episodios salvajes y de barbarie. Pero nosotros, los hijos ya lejanos de aquellos eventos, no heredamos lo que fue destruido, sino lo que fue creado. La diversidad cultural no es un museo de tradiciones embalsamadas, sino el jardín donde cultivamos identidades culturales vivas, cambiantes y en crecimiento.

1 comentario:

  1. qué buena presentación y explicación de la (antropo)diversidad, excelente Pablo,
    un abrazo,
    edu

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