Él es rápido, piensa en imágenes claras;
yo soy lento, pienso en imágenes rotas.

Él se vuelve obtuso, confía en sus imágenes claras;
yo me vuelvo agudo, desconfío de mis imágenes rotas.

Confiando en sus imágenes, él da por hecho su acierto;
desconfiando de mis imágenes, yo dudo de su acierto.

Dando por hecho su acierto, él da por hecho el hecho;
dudando de mi acierto, yo dudo del hecho.

Cuando el hecho le falla, él duda de sus sentidos;
cuando el hecho me falla, yo apruebo mis sentidos.

Él continúa rápido y obtuso en sus imágenes claras;
yo continúo lento y agudo en mis imágenes rotas.

Él en una nueva confusión de su entendimiento;
yo en un nuevo entendimiento de mi confusión.

Robert Graves
En imágenes rotas
de Cien poemas, 1981

miércoles, 7 de octubre de 2020

Miedo

 

Lo de don Alejo con la plata no es de ahora, siempre fue desconfiado con el dinero. Le tenía una especie de miedo supersticioso, dicen que heredado de su madre india, pero a mí me contó las verdaderas razones.

De joven bajaba al pueblo los sábados, las alforjas de su mula oscura llenas con cueros de zorro y algún quesillo, para venderlos en el almacén del gallego Ibáñez. A veces hacía trueque por yerba y un poco de tabaco y grapa. Nunca trabajó asalariado, pero una vuelta salió un arreo grande desde la estancia del Salto hacia la hacienda de Pinas y el capataz le preguntó si quería sumarse a la peonada. Don Alejo calculó que la plata le vendría bien para comprar una escopeta, que le andaba haciendo falta.

La travesía duró unos treinta días y al regreso don Alejo pasó por la oficina y recibió el pago. De vuelta al rancho – vivía en una chacra cerca de Luyaba – guardó los billetes mugrientos en una cueva de vizcachas que usaba a modo de caja fuerte.

El sábado a la tarde, bien peinado y con ropa limpia, metió la mano en la cueva y en vez de plata sacó una víbora de coral prendida del índice. Don Alejo agarró el hacha, apoyó el dedo en un tronco y cortó. Después fue hasta el fogón y metió el muñón ensangrentado entre las brasas. Regresó a la madriguera, sacó el dinero, subió a su mula y partió al pueblo. Eso me dijo. Desde entonces está seguro de que la plata es cosa del diablo. Y si no me cree mi amigo, en el rancho de don Alejo todavía está colgada la serpiente, hecha charqui, junto a la tranquera. Fíjese bien cuando vaya; verá que eso que asoma de la boca es demasiado grueso para ser la lengua.

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