Él es rápido, piensa en imágenes claras;
yo soy lento, pienso en imágenes rotas.

Él se vuelve obtuso, confía en sus imágenes claras;
yo me vuelvo agudo, desconfío de mis imágenes rotas.

Confiando en sus imágenes, él da por hecho su acierto;
desconfiando de mis imágenes, yo dudo de su acierto.

Dando por hecho su acierto, él da por hecho el hecho;
dudando de mi acierto, yo dudo del hecho.

Cuando el hecho le falla, él duda de sus sentidos;
cuando el hecho me falla, yo apruebo mis sentidos.

Él continúa rápido y obtuso en sus imágenes claras;
yo continúo lento y agudo en mis imágenes rotas.

Él en una nueva confusión de su entendimiento;
yo en un nuevo entendimiento de mi confusión.

Robert Graves
En imágenes rotas
de Cien poemas, 1981

lunes, 11 de mayo de 2015

Hablar sin miedo

Los que estuvimos el viernes ocho de mayo en la Sala de las Américas de la Universidad Nacional de Córdoba sentimos en carne propia el inaudito poder que ha alcanzado la intolerancia en nuestra comunidad.

Más de un centenar de personas, convocadas por la conferencia del científico español J. M. Mulet sobre biotecnología y cultivos, fueron agredidas y virtualmente echadas del auditorio por un puñado de fanáticos. Minutos antes, los organizadores del evento -entre los que se encontraba la propia Universidad- anunciaron que el disertante no se presentaría en la sala, debido a las amenazas contra su propia vida recibidas a lo largo de la semana. Para desgracia de los patoteros, nadie en el público reaccionó con la vehemencia suficiente como para desencadenar, además, las violencia física que sin duda anhelaban.

Lo sucedido el viernes demuestra que los ciudadanos no tenemos defensa alguna contra estos grupos de choque, y que vivimos en un patético simulacro de sociedad libre. Las fuerzas de la ley no pueden garantizar la libre expresión. Los policías presentes en el lugar no expulsaron a los violentos, transformándose en sus garantes. Los que queríamos manifestar nuestro pensamiento tuvimos que volvernos a casa; los “manifestantes” festejaron con risotadas el éxito de su censura. Perverso y triste.

Hace tiempo que los ciudadanos de Córdoba somos rehenes de estos fundamentalistas. Su único argumento es el grito sobreactuado, sus únicos recursos la amenaza extorsiva y la acusación sin fundamentos. Pero esta gente es la punta de un iceberg que hay que empezar a revelar de una vez por todas, sin eufemismos.

Su base profunda son los círculos intelectuales y académicos que insisten en demonizar a los cultivos genéticamente modificados y a la tecnología química aplicada a la agricultura, a pesar de la evidencia abrumadora a su favor. Durante años han sembrado el temor y la desconfianza en la sociedad hacia la ciencia, hacia los productores y hacia la industria. Esta cosecha les pertenece. No deja de ser una ironía que el estado nacional les pague su tiempo con los impuestos y retenciones que aportan los perversos productores que tanto detestan.

Sigue con medios y periodistas ávidos de noticias de impacto emocional, que por ignorancia o mera desidia intelectual no se toman el trabajo de estudiar en profundidad los temas, verificar la validez de la información y cumplir con la verdadera y ya casi olvidada misión de los medios de comunicación: proveer de información confiable.

Continúa con políticos que se han subido a la “lucha” ambientalista para captar votos, en algún caso, o para rejuvenecer pintado de verde -en una maniobra digna del propio Gramsci- el discurso anacrónico de la lucha de clases.

Y por supuesto, culmina con organizaciones “ambientalistas”, que han hecho de la explotación del miedo y otras miserias humanas un excelente y lucrativo negocio.


Anoche fui a la charla con mi hijo de 18 años. Caminamos juntos de regreso, en silencio, y pensaba que esto no hubiera sucedido hace 30 años, cuando yo tenía su edad y festejaba ilusionado el retorno de la democracia. ¿Cómo pudimos llegar a esto? No fuimos capaces de defender la libertad y el respeto por la ley con la energía necesaria, y hoy somos testigos impotentes de la decadencia económica, institucional, intelectual y ética que inunda Argentina. Al final, me hizo un comentario: “¿Cómo querés que me quede en este país?”. No tuve nada para contestarle.

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