Él es rápido, piensa en imágenes claras;
yo soy lento, pienso en imágenes rotas.

Él se vuelve obtuso, confía en sus imágenes claras;
yo me vuelvo agudo, desconfío de mis imágenes rotas.

Confiando en sus imágenes, él da por hecho su acierto;
desconfiando de mis imágenes, yo dudo de su acierto.

Dando por hecho su acierto, él da por hecho el hecho;
dudando de mi acierto, yo dudo del hecho.

Cuando el hecho le falla, él duda de sus sentidos;
cuando el hecho me falla, yo apruebo mis sentidos.

Él continúa rápido y obtuso en sus imágenes claras;
yo continúo lento y agudo en mis imágenes rotas.

Él en una nueva confusión de su entendimiento;
yo en un nuevo entendimiento de mi confusión.

Robert Graves
En imágenes rotas
de Cien poemas, 1981

martes, 29 de septiembre de 2020

Escalas

Supongo que alguna vez ha utilizado Google Earth, presidente Fernández. Usted sabe, la aplicación que permite ver la imagen satelital de cualquier lugar de la Tierra. Usted entra y en la pantalla aparece una imagen del planeta, hace zoom al lugar que le interesa y puede ver los accidentes de su geografía, cobertura vegetal, caminos, fronteras...

Abajo a la derecha de la pantalla hay un número que le dice desde que altitud está tomada la imagen. Para ver la Argentina entera, por ejemplo, hay que elevarse a 5130 km por encima de la superficie. Desde esas lejanías, pocas cosas pueden distinguirse con precisión: las Salinas Grandes, la Mar Chiquita, los esteros del Iberá, la cordillera... Si quiere ver a una escala que realmente valga la pena, donde pasan cosas, la escala humana, hay que descender. Mucho.

Acompáñeme presidente Fernández, haciendo zoom sobre un paraje de las sierras cordobesas, hasta verlo desde apenas unas decenas de metros. En ese paraje, cuya localidad exacta no será motivo de este escrito, un amigo inició hace más de 25 años un emprendimiento privado. Si, es ese complejo de instalaciones prolijas que puede ver en la imagen. Amante de la naturaleza y entusiasta del trekking, mi amigo montó un albergue de campamento para recibir contingentes estudiantiles. La calidad del servicio y las bondades del lugar -una quebrada fresca a orillas del arroyo, tapizada de sauces, molles y piquillines- le fueron dando merecida fama. El negocio fue creciendo, mi amigo no dejó nunca de invertir en más infraestructura, y el sitio se transformó con el tiempo en una referencia obligada del rubro, un lugar al que sólo se accedía solicitando reservas con un año de antelación. El emprendimiento permitió a mi amigo generar prosperidad para él y su familia. Ninguna de las crisis recurrentes de Argentina logró afectar el crecimiento de su negocio. Hasta ahora.

En marzo de 2020 usted presidente Fernández, mirando al país desde 5130 km de altitud, tomó una serie de decisiones que desencadenaron, literalmente, la extinción del negocio de mi amigo. Interrumpido el transporte, detenidas las actividades escolares, aterrada la gente por la plaga mortal que está siempre a punto de acumular muertos en las veredas, su única y genuina fuente de ingresos no puede funcionar, y ve con desesperación como se agotan sus ahorros y su proyecto de toda la vida. De él y de sus hijos.

Volvamos a la altura de sus decisiones. Si, a los 5130 km. Ahora le propongo este ejercicio: trate de hacer zoom, simultáneamente, al lugar, a la vida de cada una de las 45 millones de personas que habitan el territorio. No puede, ¿no? No insista, porque nadie puede.

Presidente Fernández, la vida de las personas sucede en los detalles del mundo, allí donde nadie, excepto las propias personas, pueden saber lo que está pasando. Usted cree que sobrevolando el país a 5130 km de altitud cuenta con toda la información relevante para tomar decisiones que nos afectan, pero eso es una ilusión, un espejismo cognitivo. Tampoco la tienen los gobernadores, ni siquiera los intendentes. Sólo las personas, en el ejercicio de su libertad, saben lo que es mejor para ellas mismas, aún a riesgo de equivocarse.

En lugar de cumplir con su trabajo de velar por los derechos y libertades que consagra la Constitución y responder a las exigencias sanitarias con sentido común, confianza en la ciudadanía y ciencia (dije ciencia, no “comunidad científica”), usted eligió jugar al aprendiz de brujo, como suele suceder con las mentes que no entienden de complejidades, desbaratando la vida de quién sabe cuántos argentinos como mi amigo.

En su fatal arrogancia presidente Fernández, usted no es muy diferente de sus predecesores. Todos creen que controlan lo incontrolable, la vasta red de interacciones voluntarias e inteligencia diseminada que da vida a una sociedad de personas libres. Creen que los gobiernos tienen que hacer cosas, cuando de lo que se trata es de dejar hacer. Y de velar por que todos cumplan las reglas. Donde los gobernantes comprenden estos sencillos principios, la gente tiene espacio para desarrollar sus proyectos y acaso ser feliz, a pesar de las enfermedades y de la inevitable muerte. Donde no, poco a poco se instalan el resentimiento y la miseria.

Si no me cree presidente Fernández, aproveche las maravillas de internet y revise el mundo con Google Earth. Eso sí: no se olvide de mirar a la escala apropiada. Y allí podrá comprobar, nunca más cierta la expresión, qué gobernantes estuvieron -y están- a la altura de las circunstancias.

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