Supongo que alguna vez ha utilizado
Google Earth, presidente Fernández. Usted sabe, la aplicación que permite ver
la imagen satelital de cualquier lugar de la Tierra. Usted entra y en la
pantalla aparece una imagen del planeta, hace zoom al lugar que le interesa y
puede ver los accidentes de su geografía, cobertura vegetal, caminos,
fronteras...
Abajo a la derecha de la pantalla
hay un número que le dice desde que altitud está tomada la imagen. Para ver la Argentina
entera, por ejemplo, hay que elevarse a 5130 km por encima de la superficie.
Desde esas lejanías, pocas cosas pueden distinguirse con precisión: las Salinas
Grandes, la Mar Chiquita, los esteros del Iberá, la cordillera... Si quiere ver
a una escala que realmente valga la pena, donde pasan cosas, la escala humana, hay
que descender. Mucho.
Acompáñeme presidente Fernández,
haciendo zoom sobre un paraje de las sierras cordobesas, hasta verlo desde
apenas unas decenas de metros. En ese paraje, cuya localidad exacta no será
motivo de este escrito, un amigo inició hace más de 25 años un emprendimiento
privado. Si, es ese complejo de instalaciones prolijas que puede ver en la
imagen. Amante de la naturaleza y entusiasta del trekking, mi amigo montó un
albergue de campamento para recibir contingentes estudiantiles. La calidad del
servicio y las bondades del lugar -una quebrada fresca a orillas del arroyo,
tapizada de sauces, molles y piquillines- le fueron dando merecida fama. El
negocio fue creciendo, mi amigo no dejó nunca de invertir en más
infraestructura, y el sitio se transformó con el tiempo en una referencia
obligada del rubro, un lugar al que sólo se accedía solicitando reservas con un
año de antelación. El emprendimiento permitió a mi amigo generar prosperidad
para él y su familia. Ninguna de las crisis recurrentes de Argentina logró
afectar el crecimiento de su negocio. Hasta ahora.
En marzo de 2020 usted presidente
Fernández, mirando al país desde 5130 km de altitud, tomó una serie de
decisiones que desencadenaron, literalmente, la extinción del negocio de mi
amigo. Interrumpido el transporte, detenidas las actividades escolares, aterrada
la gente por la plaga mortal que está siempre a punto de acumular muertos en
las veredas, su única y genuina fuente de ingresos no puede funcionar, y ve con
desesperación como se agotan sus ahorros y su proyecto de toda la vida. De él y
de sus hijos.
Volvamos a la altura de sus
decisiones. Si, a los 5130 km. Ahora le propongo este ejercicio: trate de hacer
zoom, simultáneamente, al lugar, a la vida de cada una de las 45 millones de
personas que habitan el territorio. No puede, ¿no? No insista, porque nadie puede.
Presidente Fernández, la vida de las
personas sucede en los detalles del mundo, allí donde nadie, excepto las
propias personas, pueden saber lo que está pasando. Usted cree que sobrevolando
el país a 5130 km de altitud cuenta con toda la información relevante para
tomar decisiones que nos afectan, pero eso es una ilusión, un espejismo
cognitivo. Tampoco la tienen los gobernadores, ni siquiera los intendentes. Sólo
las personas, en el ejercicio de su libertad, saben lo que es mejor para ellas
mismas, aún a riesgo de equivocarse.
En lugar de cumplir con su trabajo
de velar por los derechos y libertades que consagra la Constitución y responder
a las exigencias sanitarias con sentido común, confianza en la ciudadanía y
ciencia (dije ciencia, no “comunidad
científica”), usted eligió jugar al aprendiz de brujo, como suele suceder con
las mentes que no entienden de complejidades, desbaratando la vida de quién
sabe cuántos argentinos como mi amigo.
En su fatal arrogancia presidente Fernández, usted no es muy diferente de
sus predecesores. Todos creen que controlan lo incontrolable, la vasta red de
interacciones voluntarias e inteligencia diseminada que da vida a una sociedad
de personas libres. Creen que los gobiernos tienen que hacer cosas, cuando de lo que se trata es de dejar hacer. Y de velar por que todos cumplan las reglas. Donde los
gobernantes comprenden estos sencillos principios, la gente tiene espacio para
desarrollar sus proyectos y acaso ser feliz, a pesar de las enfermedades y de
la inevitable muerte. Donde no, poco a poco se instalan el resentimiento y la
miseria.
Si no me cree presidente Fernández, aproveche
las maravillas de internet y revise el mundo con Google Earth. Eso sí: no se
olvide de mirar a la escala apropiada. Y allí podrá comprobar, nunca más cierta
la expresión, qué gobernantes estuvieron -y están- a la altura de las
circunstancias.
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